YA SE FUE EL CÓNDOR HERIDO

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Dicen quienes estuvieron con él sus últimas horas, que se la pasó despidiéndose, como si esa ascendencia guajira que llevó con orgullo le diera la autoridad de saber cuándo tenía que irse.

 Por: Alex Guardiola Romero

             Diomedes Díaz se murió cuando le dio la gana. No lo hizo cuando el Guillain-Barré lo inmovilizó en el frío páramo durante meses, o cuando fue necesaria una operación de corazón abierto para corregir en algo su ya destrozado corazón; o cuando se accidentó una madrugada fracturándose varios huesos y recibiendo otros tantos golpes de la vida; ni quiso morirse cuando le extirparon una masa en la columna vertebral que le impedía moverse sin dolor; tampoco se murió cuando un “marimbero” celoso disparó contra Lísimaco Peralta, a quien Diomedes mencionaba en una canción que en aquella parranda sonó tan insistentemente que el “marimbero” no encontró otra solución que hartarse y disparar su nueve milímetros contra el saludado. No. Diomedes Díaz se murió cuando le dio la gana un 22 de diciembre mientras dormía.

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             La muerte, esa indefinible presencia que le atormentaba durante su alocada vida, no lo quiso seguir esperando y lo tomó de sorpresa para todos, menos para él, quien ya lo presentía. Lo había rondado tanto hasta que por fin lo tocó, convirtiéndolo en un cóndor herido volando alto, muy alto. Dicen quienes estuvieron con él sus últimas horas, que se la pasó despidiéndose, como si esa ascendencia guajira que llevó con orgullo le diera la autoridad de saber cuándo tenía que irse. Hasta a la muerte hizo esperar.

             Estaba predestinado a ser un mito. De qué otra forma se explica que haya esquivado tantas veces la muerte y haya decidido morirse justo antes de navidad, pocos días después de lanzar el álbum paradójicamente intitulado La Vida Del Artista, cuyo primer sencillo parece  un mensaje de consuelo muy directo: No Llores Mama. Insisto, la relación guajira de Diomedes con la muerte es simplemente inexplicable.

             A mi me pasa con Diomedes lo que seguramente le pasó a miles de colombianos, y es que de u otra forma él siempre parece vinculado a la vida de uno mismo, como una presencia insospechada y etérea que en adelante muchos tratarán de explicar. Mi padre fue por mucho tiempo la viva imagen de Diomedes, no por una imitación consciente sino por la fuerza de la naturaleza y el destino. Se parecían tanto, que aún hoy existe gente en la calle que lo llama “Diomedes”: ambos llevan el apellido materno Maestre, sólo había pocos meses de diferencia en su edad, y a veces presiento que llevaban la misma y desordenada concepción de paternidad, con una veintena de hijos de diferencia. Llegado el momento, sus caminos de parecidos físicos se bifurcaron al punto que el Diomedes de poco antes de su muerte era un anciano preso en un cuerpo que no funcionaba. De un momento a otro, mi padre pareció quedarse en una serena juventud-trofeo a sus 55 años, mientras Diomedes corría raudo a una vejez infame sobre los rieles de una vida atormentada. Diomedes Díaz parecía suicidarse cada día, y en su rostro se notaba.

             Como fue su vida misma, su muerte es un maremágnum de odios viscerales e idolatrías con ribetes clínicos, quizás porque Diomedes no admitía medias tintas. Pero en fondo, él era un barco en constante naufragio, pues como decía una de sus interpretaciones “…pero no saben que mis canciones a veces lloran cuando las canto…”. Y sí, saldrán a decir que estará bien ido para pagar por la muerte de Doris Adriana Niño en 1997, o que es consecuencia de no haber construido la prometida iglesia a la Virgen del Carmen, y tal vez los más románticos pensarán en la parranda que habrá armada entre Diomedes, Joe Arroyo y Juancho Rois. Lo cierto es que Diomedes no se murió la tarde del 22 de diciembre, sino que se fue matando poco a poco, perdido en múltiples vicios y encerrado en la torre de marfil que, a través de la fama, construyó para sí mismo. La de Diomedes fue una larga y tortuosa muerte, una usurera muerte a cuotas.

             Entonces regresan las imágenes. Caminaba yo de la mano de mi padre, tendría a la sazón unos 10 años, y esa noche buscábamos llegar a la casa de mi tío para paliar el hambre. Cantábamos “de lejos muy lejos un acordeón, de notas muy lindas yo escuchaba…” mientras en mi estómago se confundía el revoloteo del hambre y la felicidad de estar con mi viejo. Otra inevitable fotografía con fondo musical de Diomedes se ubica en mi febril imaginación infantil, tiene que ver con la pregunta ingenua de por qué -tras escuchar El Mundo- debíamos entender que todo estaba bien como estaba, y debíamos resignarnos a dejarlo así simplemente porque “…el mundo para ser mundo tiene que haber de todo un poquito…”

             Pero el vínculo más fuerte se confeccionó cuando inevitablemente relacionaba los problemas en la relación de mis padres con un álbum completo de Diomedes; recuerdo a “El Cóndor Herido” como una cicatriz de vida familiar, aun cuando la relación se rompía por el tema económico. No era cierto que la plata no importaba, o que en cualquier parte se le podía ganar, como decía Diomedes, pues a fuerza de sufrir entendí muy niño que cuando el hambre entra por la puerta el amor sale por la ventana. Pero allí, de nuevo, estaba Diomedes, porque hay cosas que con el dinero jamás se pueden solucionar. Entendí, baladí dirán algunos, que por mucho que ame a mi hija hay un mundo inevitable que por sí misma debe andar; estará vigente muchos años más, pienso yo, porque Diomedes atraviesa la vida de muchos colombianos aportando la banda sonora.

             Y es que tenía razón Diomedes. Lo que él sentía en el pecho con dinero jamás y nunca se pudo solucionar. Por eso, como él mismo lo mencionó varias veces, el problema no es que se haya muerto, sino lo que va a durar muerto. Quién sabe, a lo mejor hasta logra asistir a su propio entierro, lo que pensó sería bonito. Lo sepultarán en el cementerio Jardines de Ecce Homo, en Valledupar, dos metros bajo tierra. Y con estos calores que están haciendo…

  Bogotá, Diciembre 23 de 2013.

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Bellissimo texto….que descanse en paz esta ALMA DE ARTISTA que todos llevamos adentro..diomedes dias obrigado por entregar a este pueblo colombiano e atodos que lo conocieron de afuera essa magia de cantar de una forma alegre a realidade de cada uno..que dios lo reciba en paz, amor e harmonia al sonido de un vallenato…que siga fluyendo sua magia entre nosotros….abraz..a todos los colombianos..DANMAGELLGODIN

  2. Carlos Toncel dice:

    Alex felicitaciones, muy buen escrito… Paz en la Tumba del «Cacique»,el hombre que a través de la Música después de espantar pájaros nos enseñó que en la vida lo importante es la sencillez y el amor por lo demás. Sólo basta escuchar la filosofía de vida en su tema «EL ESQUELETO» en donde Diomedes, ese chico cuya acordeón fue su gran encanto y se volaba del colegio para observar a Emiliano el Viejo, nos enseña que en la vida «hay que hablarle al que tiene plata, a quien no la tiene, al acomodado y al limosnero» porque al final después de muertos somos lo mismo…

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